El calor era sofocante, pero el hecho de estar frente a uno de los mares más hermosos del mundo, el caribe, convertía el calor en una simple anécdota. Una ligera brisa impedía que mi frente sudase más copiosamente. Pero entrar al aire acondicionado fue sinceramente renovador y un verdadero alivio.
Juan, el propietario de la cadena de hoteles en la que me encontraba para desarrollar un proyecto de mejora de eficiencia y costos estaba ya esperando en su despacho. Al verme, salió a mi encuentro sin esperar a que yo entrase a su despacho y me dijo sonriente que nos fuésemos a desayunar. Acepté sin miramientos porque el calor desanima, pero no quita el hambre.
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