Productividad, hermosa palabra. Aunque a muchas personas les suena a explotación, una vida sin sentido o una búsqueda irracional del uso del tiempo.

Es, sin embargo, la clave más importante en la subsistencia de una empresa. Tan importante es que Allan Greenspan, que fue presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos durante 19 años, ante la pregunta de un reportero acerca de su preocupación por el calentamiento de la economía su respuesta fue la siguiente:


«No tengo la menor preocupación por el calentamiento de la economía y su consecuencia directa la inflación. Gracias a Internet y a las mejoras de la industria hemos incrementado la productividad del país de manera drástica en los últimos años. Mientras mejore la productividad jamás tendré miedo a la inflación.»

Ahora bien, ¿qué es productividad? ¿Cuál es la definición de esta palabra, generalmente mal usada? Tendemos a confundirla con «eficacia», «trabajo duro», «esfuerzo», pero su sinónimo se encuentra en la palabra «eficiencia». Muchos de los malos juicios al respecto de esta palabra se deben a interpretaciones incorrectas de la misma. Hay que explicarla.

Pero antes de explicarla, déjeme compartir con usted algo que aprendí en mis más de 30 años de consultor de empresas. Tuve dos grandes maestros en este campo: Alexander Proudfoot, a quién nunca conocí personalmente (murió en el 63) pero de quien recibí mucha información, y Philip Crosby, con quien sí tuve la oportunidad de convivir, trabajar juntos y aprender de manera directa su filosofía.

Recuerdo una anécdota con este último, Philip, en un famoso hotel de la Ciudad de México, en un congreso de Reingeniería en el que ambos eramos expositores.  Philip había desarrollado y creado el concepto de «cero defectos» largamente incomprendido por la mayoría de las personas que trataron de aplicar su modelo de calidad. Con frecuencia, «cero defectos» era confundido con perfección, con lo que rápidamente caía en la categoría de lo imposible.

Nada más lejos de esa interpretación, «cero defectos» significaba sencillamente que el producto o servicio cubría el 100% de los requerimientos que pudiera tener un cliente. Y eso lo convertía en un producto o servicio «cero defectos». Philip afirmaba que, inclusive, esta actitud de «cero defectos» ya era natural en nuestras expectativas en cualquier experiencia como seres humanos y que únicamente teníamos que aplicarla al trabajo o a lo laboral, dónde parecía que nos olvidábamos con demasiada frecuencia de ella.

En mis más de 300 proyectos de consultoría comprobé una y otra vez que su percepción era más que cierta. Aplicamos unos estándares para la vida y otros para el trabajo. Por ejemplo, somos capaces de tolerar un fallo en el trabajo rutinario porque, al fin y al cabo, casi siempre lo hago bien o casi nunca me equivoco. Para casi todo en la empresa usamos tolerancias o desviaciones estadísticamente permitidas.

Pero, decía Philip, ¿cuántas veces toleraremos que el ingreso de nuestro salario sea inferior al correcto? No me imagino a nadie acercándose a Recursos Humanos a reclamar y escuchar del encargado de ingresar nóminas algo así como «Sí, me equivoqué, pero si analizas la estadística, estoy en rango dado que lo tengo que hacer bien al menos en un 99% de las ocasiones y contigo estoy inclusive arriba de rango. Lo siento, no hay nada que pueda hacer». Y menos me lo imagino a Usted diciendo «¡Ah! Estás en rango, disculpa entonces».

La realidad es que vamos a querer un ingreso correcto el 100% de las veces, así como el 100% de las veces vamos a querer que el avión no se caiga, que el coche no choque o que mi mujer no se equivoque de piso y se meta en otro, aunque esté en el rango el 99% de las veces.

Y regresando a mi historia con Philip, el punto es que estábamos sentados juntos a la espera de escuchar al que en ese momento era el Director General de AC Nielsen, una empresa multinacional que realiza, entre otras cosas, investigaciones de mercado. Philip llevaba audífonos de traducción simultánea pues no entendía prácticamente nada de español.

Philip, educado y atento, escuchaba interesado la exposición del mencionado personaje. Este hombre hablaba de los nuevos modelos de trabajo, los nuevos paradigmas, ya que los viejos no eran ya útiles para alcanzar el éxito en las nuevas circunstancias del mundo empresarial y económico. Parece que esta conferencia estaba siendo dada el año pasado, ¿cierto? Sin embargo todo esto tuvo lugar en 1991, hace «solamente» 28 años.

Lo anecdótico fue que en medio de su charla, el Director de Nielsen mencionó para la sorpresa de Philip, quien había intervenido justo antes, que el concepto «cero defectos» estaba totalmente obsoleto. Philip, saltando en su asiento, me miró asombrado y me preguntó: «¿Qué fue lo que dijo? ¿Entendí bien?»

Creo que por un momento pensó que había sido un error de la traductora, incapaz de creer que el error era del Director General. «Vamos, ¿no sabe que yo estoy aquí?». Asombrado también, le confirmé que lo que había escuchado había sido mencionado tal cual por el expositor.

Media hora antes, un experto reconocido mundialmente en calidad había hablado específicamente del concepto «cero defectos» como una actitud imprescindible para la generación de productos y servicios de calidad y en ese momento, ante unas 800 personas, otro experto reconocido en su ramo decía exactamente lo opuesto.

Era evidente que no existía ninguna mala voluntad del Director General de Nielsen sino que simplemente no había preparado la conferencia considerando a los demás expositores y no tenía ni idea de lo que significaba el concepto de «cero defectos».

El caso es que Philip, por quien siempre sentí enorme admiración, decía que todas las empresas, tanto de manufactura o de servicios que el conocía, desperdiciaban entre el 35% y el 50% de sus recursos en lo que el llamaba el «precio del incumplimiento», es decir, lo que cuesta no hacer las cosas bien a la primera o no cumplir con el 100% de los requisitos de los clientes («cero defectos» de nuevo).

Mi otro maestro, Proudfoot, sostenía que la mayoría de las empresas estaba fuera de control y desperdiciaban por lo menos la mitad de sus recursos en improductividad y tiempos muertos, como el llamaba a estas áreas de oportunidad.

Y yo personalmente comprobé esto directamente a través de mi experiencia propia como consultor en cada empresa a quien tuve el honor de asesorar. Proudfoot decía también que:

Lo que no se mide no se controla.»

Y si usted es empresario, está leyendo esto y se está dando cuenta de que en su organización no se mide ni reporta la productividad, entonces sepa usted que su productividad está fuera de control.

Pero no solamente lo encontré en las empresas, también lo encontré en cada ser humano que conozco.

Desperdiciamos la mitad de nuestros recursos. Compramos cantidades enormes de cosas innecesarias o duplicadas o incorrectas. Ropa que nunca llegamos a ponernos o nos pusimos una sola vez. Cuatro o cinco perfumes diferentes que se hacen añejos antes de terminarlos, cuando uno solo de ellos es nuestro preferido. Y así con cantidad de ejemplos.

El punto es que en estos momentos es cuando podemos hacer una revisión de todo aquello en que gastamos dinero y descubriremos que si nos quedamos con la mitad de lo que usualmente solíamos comprar o usamos mejor lo que compramos, podemos sortear fácilmente cualquier periodo de recesión.

Parece ser que los seres humanos tenemos únicamente dos recursos a utilizar en nuestras terrenales vidas: el tiempo y el dinero. El primero parece que es limitado por cuento el que perdemos no tiene retorno o recuperación y, todo indica, se descuenta inefablemente de una cantidad finita del mismo. El segundo, el dinero, parece ser más maleable y flexible.

Estamos llenos de historias de personas que, de la nada económica, han levantado imperios y fortunas y, al mismo tiempo, de historias de personas que han dilapidado fortunas enteras y las han convertido en miseria. A veces más rápido, a veces más lento, pero el dinero llega y se va, se multiplica y se divide, se suma y se resta.

Analice cómo usa su dinero y su tiempo, los más grandes recursos de cualquier ser humano, y descubrirá que los desperdicia por lo menos en un 50%. Y no hablo de racionar, sino de usar mejor y cuidar el desperdicio. Y esto requiere ciertas dosis de auto conciencia, no presente, por cierto, en la mayoría de las personas.

Así que es tiempo de ser productivos y… de algo más. Disfrutar ser productivos. Haga de la productividad una cultura, una búsqueda y no una obsesión por ganar más sino por mejorar el mundo en que vivimos.