El episodio de consultoría que vamos a ver a continuación se titula:

Dame una moneda, tengo que tomar una decisión de dos millones.

En este episodio analizaremos la importancia del instinto en los procesos de tomar decisiones, tanto empresariales como personales. Los tiempos modernos nos han hecho abandonar el us del instinto, razón por la que, cada vez, tomamos peores decisiones en nuestras vidas. Al abandonar el instinto, hemos cortado nuestra relación divina y de origen con la sabiduría universal. Aprendamos a retomar esta insustituible relación para hacer de este mundo, un mundo mejor.


“La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que rinde honores al sirviente y ha olvidado al regalo.”

Albert Einstein.

Intuyo que este artículo puede resultar revelador e interesante.

Cuando Daniel Goleman, allá por el año 1995, publicaba su libro éxito de ventas Inteligencia Emocional, me imagino que la mayoría de los lectores enfocaron su atención sobre la palabra éxito y vieron a la Inteligencia Emocional como una nueva moda que aparentemente era necesario desarrollar para tener éxito social y económico en el mundo contemporáneo.

En mi caso concreto mi atención se concentró inequívocamente en la palabra Intuición. Como experimentado consultor de empresas llevaba años enfrentándome al engorroso proceso de tomar decisiones. Más que yo tomando decisiones, mi desafío fue hacer que otras personas, los CEO de las empresas clientes, las tomaran.

Recuerdo casos concretos del uso de la intuición de mis clientes en la toma de decisiones estratégicas, fundamentales y muy determinantes para el éxito de sus empresas. Pero antes de meterme de lleno en el concepto de la Intuición, te pediría que me permitieses compartirte un par de historias personales.

Conocí a Marcelo Garza la Güera, hijo del gran empresario mexicano Eugenio Garza Sada (asesinado en circunstancias muy extrañas y jamás explicadas), y no solamente lo conocí, tuve además la gran oportunidad de trabajar cercanamente con él y convivir en su refugio espiritual en la sierra de Chipinque, en la ciudad mexicana de Monterrey.

De personalidad fuerte, enorme sencillez personal y cierta extravagancia elegante, resultaba complicado que Don Marcelo, como nos dirigíamos a él, no dejase huella profunda en cuantas personas lo tratasen.

Mi relación con él fue a partir de que me asignaron un diagnóstico de la operación de una de sus empresas, diagnóstico que me serviría para venderle un proyecto de mejora dado que el diagnóstico no tenía ningún coste para nuestros clientes. Es decir, yo tenía que demostrarle en el diagnóstico que su empresa necesitaba ayuda, que yo era el que podría prestarle dicha ayuda y que para contratarme solo debía gastar en nosotros un par de millones de dólares.

Se trataba de un proyecto grande tanto para nuestra empresa como para la de Don Marcelo, de importancia económica relativamente alta, por lo que tuve la desgracia, perdón, quise decir fortuna, de contar de principio a fin con la compañía de mi jefe internacional, de nombre Jean sin más detalle, y de origen belga, pero más pesado que el meteorito que acabó con los dinosaurios hace 60 millones de años y más inútil que un candado que cuida que no se pueda abrir una caja de papel.

Jean no hablaba ni gota de español por lo que me pasaba la mayoría del tiempo traduciéndole el avance y detalles del diagnóstico. Llegado el día de la decisión final, Don Marcelo nos invitó a comer a un gran restaurante de carnes, que incidentalmente, son la especialidad de Monterrey. Jean era vegetariano, pero decidí que de ninguna manera íbamos a cambiar de restaurante y así se lo hice saber. Mal comienzo.

La conversación se dio principalmente en español y en inglés, idiomas que todos en la mesa hablábamos, pero la mayoría del tiempo usamos español como es lógico. Éramos Don Marcelo, su director de finanzas, Jean y, por supuesto, yo, y debo decir que la comida fue amena, agradable y divertida, como es normal cuando se va a decidir si gastar o no 2 millones de dólares en consultoría.

En el postre, Don Marcelo le preguntó en español a su amigo y director de finanzas su opinión acerca del proyecto. De manera muy sincera y directa, el financiero le comentó, también en español: “Mira Marcelo, es verdad que tenemos muchas cosas que arreglar en la operación de la empresa y mi opinión acerca de los consultores es que son muy profesionales y capaces de lograr lo que te ofrecen sin duda. Pero como financiero, me puedo imaginar muchas otras cosas en las que gastar el dinero que cobran y que también son importantes, como, por ejemplo, comprar cobre que está subiendo en este momento y si lo compramos y almacenamos, lograríamos un muy buen precio”.

“Es verdad” -contestó Don Marcelo- pero ¿de qué nos sirve tener materia prima barata si la estamos desperdiciando en un proceso ineficiente?”. La respuesta de Don Marcelo estaba cargada de sentido común, sin duda y su financiero tuvo que asentir con la cabeza y con sinceridad.

A todo esto, Jean no dejaba de pedirme que le tradujese la conversación porque no entendía una palabra de lo que ahí se estaba discutiendo. “Están decidiendo si gastan el dinero en materia prima o en nosotros”, le dije para quitármelo de encima. “Pero eso es estúpido -replicó a modo de reclamo- Sin nosotros están perdidos, van a quebrar. Díselo ahora mismo”, gritó.

“Sí, eso exactamente les dije”. Verás, yo no miento casi jamás, pero en ese momento me sentí impelido a hacerlo porque era evidente que Jean no tenía idea de cómo piensan los mexicanos y si yo les hubiera dicho algo así me hubieran enviado a, como se dice en España, freír morcillas.

Lo que yo no sabía en ese instante es que me iba a enfrentar a uno de los momentos de aprendizaje mayores de mi vida. Don Marcelo haría de ese momento un instante realmente mágico y revelador. La decisión que tomó en esa comida de negocios es tan extraordinariamente curiosa, divertida e innovadora que tendrás que esperar al siguiente episodio para saber qué hizo. Y créeme, espero que tu instinto te diga que vale la pena esperar.