Lo vi venir hace años, ahora es real

¿Cuál es el parecido entre un tigre blanco y el empleo? Muy sencillo, ambos están en extinción.

Hace unos 12 o 13 años un cliente me pidió que diera una conferencia a ejecutivos acerca del futuro del empleo en América. América es muy grande y por grande, me refiero a que por ejemplo, en Estados Unidos, las políticas de empleo son radicalmente diferentes a las mexicanas o ecuatorianas.

Lo que implica que no comparten futuro, supuestamente. La otra realidad aparente es que la economía dominante del mundo, la norteamericana, finalmente termina por imponer sutilmente sus políticas sobre el resto de países, menos influyentes, por decirlo amablemente.

Y después de haber abusado de adverbios acabados en mente en el párrafo anterior, necesito regresar a la conferencia que tenía que impartir y que, obviamente, es el tema de este artículo.

Con todo y las consideraciones a tomar en cuenta por la diferencia entre países, había dos hechos o circunstancias que estaban determinando el futuro del empleo a nivel mundial. En primer lugar, la tecnología estaba desplazando a un ritmo cada vez mayor a los empleos humanos, en cualquier empresa, en cualquier sector, en cualquier trabajo.

De la misma forma que en los años 80, cerca de 400.000 personas especialistas en carburadores perdieron su trabajo por la instalación de motores de inyección de combustible, asistimos hoy en día a la inminencia de restaurantes autoatendidos, gasolineras sin empleados o coches sin conductor.

Cuando las personas me preguntaban en esa conferencia si volveríamos a los tiempos de pleno empleo, mi respuesta no podía ser positiva en ninguna forma, porque la tendencia era y es imparable. La tecnología desplazó en los años 80 a humanos, lo hace en la actualidad y lo hará exponencialmente en el futuro. Y ningún plan de empleo, por agresivo que sea, va a cambiar esta situación.

En segundo lugar, hay que considerar el hecho de que cada día, también, se crean empleos nuevos imposibles de planificar, con nuevas habilidades laborales necesarias e inexistentes tan solo unos cuantos meses antes, para las que la mayoría de la población desempleada no está preparada. Es un hecho que para cuando los alumnos universitarios actuales terminan sus carreras, sus conocimientos ya están obsoletos y los trabajos que pretendía ocupar o ya no existen o han cambiado tanto que lo que estudiaron es insuficiente o inadecuado.

No quiero sonar negativo sino preciso. Y, como siempre, no todo es malo.

La nueva economía requiere de personas que van a estar ocupadas temporalmente y que van a tener que estar especializadas y constantemente actualizadas.

Según los expertos, la nueva economía laboral está cada vez más y más basada en la contratación de temporales contratistas especializados y no, como era en el pasado, en los empleados permanentes. Los que están se van a ir yendo poco a poco de sus puestos, pero, como en el asunto de la caída del pelo, el problema no son los que se van sino los que no llegan.

Según estos mismos expertos y según sus encuestas, ya casi el 47% de las empresas trabajan con externos más que con internos, incluso a nivel de Gerencias o ejecutivos de alto nivel. Más del 30% de los ejecutivos con trabajo en la actualidad están explorando pasar a ser contratistas, prefiriendo un contrato temporal sobre las glorias de un empleo seguro y mal pagado.

A ver, según otros expertos, ahora me refiero a los psicólogos, la causa número uno de estrés en los mismos y mencionados años 80 era el divorcio. Pero este glorioso primer puesto ha sido ocupado con mérito por otra causa inconcebible hace apenas 15 o 20 años, que ha desbancado plenamente al divorcio y que hoy en día es orgullosamente ocupada por los jefes. Sí, el jefe es en pleno siglo XXI la causa número uno de estrés.

La razón es muy sencilla. Por un lado, las empresas están cada vez más presionadas para conseguir resultados económicos y operativos, presión que se traslada directamente a los directivos quienes a su vez la externan a niveles inferiores. Por otro lado, la condición cada vez más patente de precariedad en el empleo, hace que quien ya lo tiene aguante hasta lo indecible de sus superiores, quienes en consonancia con los resultados del famoso experimento de Stanford en el que unos estudiantes jugaron a ser carceleros y encarcelados (el experimento se detuvo cuando los estudiantes estaban a punto de matarse unos a otros), han confundido su labor de líderes con la de guardias de seguridad.

Pero en la nueva economía laboral ya no habrá jefes, sino clientes. No habrá trabajos de 8 horas, sino trabajos por objetivos definidos. No habrá lugares para trabajar u oficinas, habrá movilidad total. En pocas palabras, no habrá empleos, habrá autónomos.

Y esto plantea otra situación inquietante para las empresas modernas que saben cómo lidiar con empleados, pero no saben administrar a los contratistas. No tienen idea de cómo dirigir una empresa con 80 o 90% de personas no empleadas, con autonomía y mayor preparación técnica que cualquier ejecutivo de la empresa, con total automotivación y devoción por lo que hace. Es la muerte del concepto “jefe”.

El punto es que si eres autónomo desde hace tiempo le llevas ventaja a la mayoría del mercado laboral. La tendencia es imparable, las consecuencias inevitables. Resígnate, prepárate para un futuro de más libertad y prosperidad económica de la que jamás hubiéramos podido imaginar.